martes, 20 de mayo de 2014

"El narcotráfico en la novela colombiana" y "La virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia. Oscar Osorio. Ensayos. Presentaciones.

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"El narcotráfico en la novela colombiana" 
"La virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia 


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Lanzamiento de los libros
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*** 29 de mayo, 2014, Cali, 6:30 p.m.
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--- “La Virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia” y  “El narcotráfico en la novela colombiana”.   De Óscar Osorio. Presentación de sus dos más recientes libros de ensayos.   Presentan, respectivamente: Alejandro José López (Universidad del Valle) y  Daniel Felipe Osorio (Universidad de los Andes). El primer libroganador del Premio Jorge Isaacs 2013, modalidad Ensayo y editado por la Secretaría de Cultura del Valle. El segundoeditado por el Programa Editorial de la Universidad del Valle. Invita: Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle. 
Lugar: Sala Diego Garcés,  Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero. Entrada libre. 
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Prólogo
"El narcotráfico en la novela colombiana" 

Mucho se ha escrito sobre el fenómeno del narcotráfico y sus diferentes facetas, que han influido la historia, la economía y la cultura de Latinoamérica. El narcotráfico simboliza las fuerzas destructivas de la globalización, cuyo legado ha cambiado cómo se narra Latinoamérica. Desde la óptica poscolonial de la metrópolis estadounidense, el narcotráfico ha transformado la manera en que el Norte mira hacia el Sur. Desde luego, lo mismo se puede deducir en cuanto a cómo el Sur mira al Norte, el cliente principal de la droga y su crítico más implacable del desorden al nivel global producido por el narcotráfico colombiano y ahora mexicano. Basta mencionar dos filmes sobre la temática narco provenientes de Colombia y de los EEUU: El Rey (2004, Antonio Dorado) y  Blow (2001, Ted Demme). La producción colombiana no deja de señalar que el narcotráfico estalló con la llegada de los gringos del Cuerpo de la Paz a la tierra colombiana. En contraste, Blow presenta al narcotraficante estadounidense (Johnny Depp) como un tipo ingenuo y bueno por naturaleza, en contraste con sus contactos colombianos calculadores y despiadados, en fin, mafiosos de verdad. Estos detalles son reveladores. No ha de ser fácil, pero es necesario dialogar en torno a la producción cultural sobre el narcotráfico en la academia colombiana y estadounidense para hacer obvios los prejuicios nacionalistas y para abarcar esta temática como un problema compartido.
Con el Boom de la literatura latinoamericana de los años cincuenta y sesenta y sus grandes maestros, como Gabriel García Márquez, el mundo le dio buena acogida a la escritura latinoamericana, ajustando su imagen de Latinoamérica y Colombia desde luego a una versión impregnada del realismo mágico, de hombres ángeles descendiendo sobre los pueblos de la costa Atlántica, mujeres vírgenes flotando hacia el cielo con sus sábanas a medio colgar, o patriarcas que regían no sólo la humanidad sino el ritmo de la naturaleza misma. De una manera semejante, la literatura del Boom introdujo nuevas maneras de considerar el concepto mismo de la escritura, la entrada de la gran narrativa que, de manera revolucionaria, rompió con los moldes expresivos precedentes. Cabe mencionar las innovaciones de la técnica narrativa  que cambian el modo de contar, la introducción del collage y del habla vulgar, los juegos con el tiempo y la invitación al lector a reelaborar o incluso re-escribir la historia. Este aporte modernista fascinó a los lectores transnacionales y solidificó una imagen de Latinoamérica como una cuna de originalidad y de suma potencia intelectual.
La violencia del narcotráfico irrumpió en la realidad latinoamericana y cambió el rumbo de las modas literarias. El realismo mágico y las novelas totalizadoras dieron paso a la literatura de los barrios pobres, vidas sin futuro, del realismo exacerbado en que se jugaba la existencia del ser humano y no el mito de la humanidad. Llegaron textos impregnados de violencia, con perspectivas más micro que macro, historias de la vida fugaz, encuentros y desencuentros entre la clase privilegiada y los rechazados, escenas de la vida fácil ofrecida por el dinero narco, de derroche,  muertes, corrupción, impunidad, y de la descomposición del tejido social. Se difundió el parlache[1] y la estética narco con sus personajes representativos: traquetos,[2] sicarios,[3] mulas,[4] prepagos,[5] y mujeres llenas de silicona. En fin, aunque se ha dicho mucho sobre cada aspecto de la transformación de la sociedad por las fuerzas de narcotráfico, aunque el tema inspira críticas—especialmente cuando se trata de la sobreexposición de las narco telenovelas en Colombia—el fenómeno sigue vigente porque la problemática redefinió la realidad contemporánea. Y la sigue influyendo.
Bien afirma Óscar ya de entrada que la novelística de narcotráfico sufre del prejuicio de gran parte de los críticos, no necesariamente por su calidad sino por su temática (21). Aunque, para ser justos, la calidad a veces no logra impresionar, como fue el caso de la novela de Gustavo Bolívar Sin tetas no hay paraíso (2005). También una vertiginosa explosión de series televisivas con una temática narco apabulló al público, inspirando quejas de consumismo fácil, de la estupefacción de la producción nacional colombiana, y de la repetición innecesaria de la misma temática de siempre, como si no existieran otras cuestiones sociales dignas de explorar. De hecho, algunas series bien hechas, como Pablo Escobar: el patrón del mal (2012), son mal recibidas sólo por tratar del narcotráfico. Parece que, en ciertos círculos, la representación de la violencia social ofende las sensibilidades de los que tienen cierto concepto de cómo debe ser la literatura. Es una tensión entre la aproximación prescriptiva y descriptiva, donde esta última entiende la cultura como un fenómeno vivo, una fuerza que se fomenta por su propia cuenta. Tal como muchos se oponen a la temática narco en general para dejar atrás el estigma de la violencia social, otros la rechazan por ser un caso de “pornomiseria” que se vende al mundo con facilidad a través del sensacionalismo. Lo que queda evidente es que, sin tomarse la molestia de sondear la profundidad sociocultural de este fenómeno, los críticos de la temática narco revelan su ansiedad en cuanto a la imagen que este tipo de cultura produce y, de paso, hacen un juicio de valor a priori de la novelística de narcotráfico. Para los que se ocupan de la temática de la narcoviolencia, tal actitud parece ser contraproducente, ya que negándose a dialogar sobre el legado del narcotráfico que agudizó la disfuncionalidad social a niveles alarmantes, uno se niega a aceptar la realidad.
Lo que más me cautiva en el estudio de Óscar es su enfoque regional hacia el vasto corpus de las novelas sobre el narcotráfico. Los textos analizados aquí provienen de y se concentran en la costa Atlántica, Antioquia, Valle del Cauca, Eje Cafetero y Bogotá.  La aproximación de Óscar es original, minuciosa, y sumamente útil, dado que mucho se escribió sobre Antioquia y bastante sobre Bogotá, especialmente cuando se tiene en cuenta la crítica desde los Estados Unidos, pero muy poco sobre las demás zonas de Colombia. Yo misma soy parte de esta tendencia. Ahora bien, el problema es más de recursos que de falta de interés, ya que se trata de la cuestión de la difusión de esta literatura: muy pocos textos literarios sobre el tema narco llegan a los mercados extranjeros. De hecho, con la excepción de la ya canónica La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo o del bestseller de Jorge Franco, Rosario Tijeras, casi no se ha estudiado otras novelas y la práctica  totalidad de éstas no están disponibles fuera de Colombia. Esta escasez sin duda limita el éxito de varios escritores pero a la vez hace que el libro de Óscar sea aún más valioso e indispensable.
La mirada panorámica de Óscar le permite diferenciar entre varias regiones en cuanto a la actitud social hacia el narcotráfico, la que no siempre era meramente negativa. De manera semejante, la división entre diferentes momentos de la inserción del narcotráfico en la sociedad colombiana nos permite ver cambios de actitudes hacia el desarrollo de este fenómeno: de la desestimación de su potencia dañina en un principio, acompañada por la euforia del enriquecimiento rápido y el ascenso social, a la sanción profundamente negativa y pesimista del fenómeno por su debacle social. Por ejemplo, la perspectiva en las novelas vallecaucanas Comandante Paraíso y Quítate de la vía, Perico  es pro-narca, reflejando, como constata Óscar, “una actitud social que en esta región silenció durante muchos años la responsabilidad de los carteles de la droga en la violencia”, porque esta “fue determinada, en gran medida, por la estrategia de inversión económica y de inserción social del cartel de Cali, la compra de algunos medios de comunicación y la cooptación de un importante sector del periodismo y la intelectualidad vallecaucana” (40).
Con los casos de Cali y Medellín (y sus respectivos carteles), Óscar hace resaltar cómo diferentes modos de la inserción del negocio ilícito tanto social como financiera en diferentes ciudades afectó la historia de la región y la manera en que se narra el narcotráfico en su literatura. Es indudable que la implantación silenciosa de los narcotraficantes del Cartel de Cali en la sociedad hegemónica vallecaucana contrasta con la guerra desatada por el Cartel de Medellín contra el Estado. El Cartel de Cali mostró prudencia, discreción, un bajo perfil político y destreza en controlar la difusión de la información. La compra de La Revista del América y del Grupo Radial Colombiano, por ejemplo, les ayudó a preservar el silencio y ocultar la violencia que estaba destruyendo el tejido social de la ciudad (127). Aunque reinaba el crimen y el terrorismo, la prensa hacía la vista gorda y la literatura frecuentemente pintaba a los narcotraficantes y sicarios como personajes honestos y aun positivos, pese a su patente criminalidad. Esta actitud atestigua al proceso de la banalización del narcotráfico y la producción de una literatura cómplice en Valle de Cauca (128).
El aporte de Óscar es abarcador, enciclopédico casi, de la narco literatura proveniente de Colombia. Las sucintas descripciones del argumento de cada novela acompañadas por un análisis de la problemática social (la inmovilidad social, la ambición, o proclividad a la ilegalidad, para mencionar algunas), hacen que el producto final se convierta en un estudio contundente, detallado y a la vez totalizador.  Para los que no tenemos acceso fácil a todas las novelas en cuestión, el libro de Óscar es una invitación a explorar nuevos territorios. De igual modo, sus contribuciones analíticas nos permiten ver coincidencias y contrastes entre diferentes regiones y épocas; de esta manera se profundiza la vasta óptica de la temática narco.
Por último, si tuviera una sola crítica sobre este estudio, sería la omisión de El cronista y el espejo de Óscar mismo. A lo mejor es un caso de modestia, mas cuán innecesario. Esta novela breve, ganadora del XXXII Premio Cáceres de Novela Corta en España, en 2007,  lleva al lector al mundo caleño impregnado de violencia arraigada en la historia de Colombia, desde la época de La Violencia hasta los finales del siglo XX. El enredo entre sus personajes principales un intelectual y el matón más peligroso de la zona, dos hombres cuyos caminos se entrecruzan en la niñez y otra vez en la vida adulta encapsula la complejidad de la violencia y el efecto que esta tiene en el destino de uno, sin que importe su formación. La trama muestra una degradación atroz, donde la víctima y el victimario se reconocen en su fascinación por una vorágine de destrucción contagiosa, una condición extrema que consiste en hundirse en el abismo de la agresión perpetua. Esta revelación alude a la preocupación subyacente en la novelística del narcotráfico, de que la violencia quizás sea innata al pueblo colombiano, un aporte tan apoyado como descartado por los intelectuales e historiadores. A lo mejor, las heridas provocadas por la violencia desgarradora de la época de La Violencia no han cicatrizado aún en Colombia, pero la pulsión mortífera se puede aplicar a la humanidad entera. Recordando las palabras de Freud según quien, además del impulso hacia la vida, lo que nos rige es el otro hacia la destrucción, a lo mejor nos conviene aceptar que Eros y Tánatos son nuestra condición primordial que se repite a través de los siglos y países. 



[1] El parlache es un dialecto social propio de las comunas de Medellín, especialmente de las juventudes marginadas. El libro El parlache de Castañeda y Henao indaga en profundidad esta realidad lingüística.
[2] Con la palabra traqueto se designa tanto a los capos grandes como a los medianos y a los sicarios (Luz Estella Castañeda y José Ignacio Henao 26). Así, el tipo social que designe esta expresión tiene que dilucidarse en el contexto donde aparece. Aquí se remite a mafiosos que no alcanzan la categoría de capos.
[3] Sicario viene del latín sicarĭus (que designaba al asesino en la antigua Roma), que a su vez se derivaba de sica (un puñal curvo de punta afilada que usaban estos asesinos para ultimar a sus víctimas).
[4] La mula es la persona que transporta droga al exterior” (Castañeda y Henao 132).