lunes, 13 de abril de 2009

El ataque de los nacionalistas literarios. Por: Juan Gabriel Vásquez

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El ataque de los nacionalistas literarios.
Por: Juan Gabriel Vásquez

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El espectador .com Opinión 12 Abr 2009 - 11:07 pm EE impreso Abril 13, 2009. (Enlaces y complementaciones de NTC ...)


NO HABÍA PASADO UNA SEMANA desde que hablé sobre la diputada argentina que intentó, en un ataque de politiquería culturalista, repatriar los restos de Borges*, cuando me enteré de la pelea que hay entre los gobiernos de Moscú y de Kiev por el legado de Nikolai Gogol. (1)

Aunque decir legado es una exageración: rusos y ucranianos no se reclaman como herederos literarios del gran Gogol: simplemente quieren que su gentilicio figure al lado del apellido. Seamos sinceros: por más veces que citen Almas muertas, lo que ucranianos y rusos quieren es que en las enciclopedias del mundo se lea “escritor ruso” o “escritor ucraniano”. Quieren imagen, y un escritor de enciclopedia (por razones que a varios les resultarán, excusablemente, incomprensibles) da imagen. Por eso, por marketing, reclaman los países a sus escritores. Porque tener a un Dickens o a un Hugo da más publicidad, aunque no se vea, que una leyenda imbécil tipo Colombia es pasión.

Y mientras eso pasa, mientras publicistas, políticos y diplomáticos ucranianos se desviven buscando la forma de probar que Gogol era más ucraniano que ruso (los escenarios de Taras Bulba, por ejemplo), y los rusos se burlan del empeño alegando las cosas más evidentes (la lengua rusa en que Gogol escribía), uno piensa que detrás de todo el tema, como es apenas obvio, está el asunto de la nacionalidad. El gobierno ucraniano quiere a Gogol por la misma razón que los irlandeses quieren a Joyce y los argentinos a Borges: por ser de donde eran. O, mejor, porque siendo de donde eran son una gran propaganda del país que los produjo. Se creen que los países realmente producen a sus artistas; que Joyce no sería Joyce sin Irlanda. Uno les dice que Joyce salió de Irlanda poco después de los veinte años, y escribió las novelas que le dieron el lugar que tiene (y a Irlanda la fama que tiene) en todas partes menos en su ciudad: en París, Trieste o Zurich, pero no en Dublín. Y ellos como si lloviera: Joyce es la definición de lo irlandés.

Lo que quiero decir es que, como sigan por estos caminos los nacionalistas de la literatura, los espectadores nos vamos a divertir de lo lindo. Yo quiero estar ahí cuando los rusos, los gringos y los suizos comiencen a pelear por Nabokov: el país donde nació, el país en cuya lengua escribió y el país donde murió. O cuando polacos e ingleses peleen por Conrad: ¿a quién pertenece el autor de Nostromo, novela que ocurre en un ficticio país sudamericano: a Polonia, donde nació el autor, o a Inglaterra, cuya lengua le permitió escribir la historia? Yo he visto a más de un estudiante rompiéndose la cabeza por no encontrar, entre los escritores británicos, a T.S. Eliot, quintaesencia del escritor británico: les faltaba el dato de que el hombre nació en St. Louis, Missouri. Que llamemos a Beckett escritor irlandés, a pesar de que fue en francés que escribió Esperando a Godot, es una victoria diplomática de Irlanda.

Un escritor es su lengua: si la Ucrania de Taras Bulba tiene tanto mérito, no es por la tierra que prestó sus paisajes, sino por la lengua en que esos paisajes quedaron para siempre. Pero las lenguas no son sus países: ni Rusia ni ningún gobierno ruso hizo jamás nada que permitiera a Gogol escribir las frases que escribió. Así con Joyce, con Borges, con Nabokov. Así con todos los que vendrán.
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(1) Algo sobre Gogol
tomado de
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Por: Juan Gabriel Vásquez

HACE UNAS SEMANAS, COMO LO recuerda todo el mundo, una diputada peronista tuvo la curiosa idea de repatriar los restos de Jorge Luis Borges, muerto en Ginebra en 1986, y así cumplir, como decían quienes la apoyaban, con las intenciones que Borges había tenido toda su vida.
Los patriotas literarios sacaron entonces declaraciones en las que Borges explicaba cuánto le gustaba el cementerio de La Recoleta, o recordaba que ahí estaban enterrados sus mayores. Para esta gente, por lo visto, la muerte de Borges en Ginebra fue poco más que un accidente, y aquí llegan entonces a traer a Borges a casa, que es lo que él quería. La iniciativa no prosperó, pero eso no quiere decir que no sea interesante.
Sabemos que Borges escogió morir en Ginebra. No se lo confesó a María Kodama, sin embargo, y fue sólo cuando llevaban unos días en la ciudad que le dijo la verdad: prefería no volver a Buenos Aires, lo sabía desde el comienzo del viaje, no se lo había dicho por miedo de que ella decidiera no viajar con él. El edificio donde murió tiene ahora una placa con un texto de Atlas: “De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad”. Las autoridades suizas le abrieron un espacio en el cementerio de Plainpalais, donde están enterrados Calvino y Jean Piaget. En Argentina, mientras tanto, llamaban a Borges “traidor a la patria”.
Y claro, el problema también es que la iniciativa patriótico-literaria haya venido precisamente del peronismo. Pues fue debido a los desencuentros entre el peronismo y Borges que un periódico pudo publicar, en 1946, un titular como éste: “Jorge Luis Borges, escritor que enorgullece a la Argentina, fue enviado a inspeccionar gallinas”. “Hace pocos días”, declaraba Borges, “me mandaron llamar para comunicarme que había sido trasladado de mi puesto de bibliotecario al de inspector de aves —léase gallináceas— a un mercado de la calle Córdoba. Aduje yo que sabía mucho menos de gallinas y de libros, y que si bien me deleitaba leyendo La serpiente emplumada, de Lawrence, de ello no debe sacarse la conclusión de que sepa de otras plumas o diferenciar la gallina de los huevos de oro de un gallo de riña. Se me respondió que no se trataba de idoneidad sino de una sanción por andarme haciendo el democrático ostentando mi firma en cuanta declaración salía por ahí. Comprendí, entonces, que se trataba de molestarme o de humillarme simplemente”.
No hablo de las posiciones políticas de Borges, se entiende. Pero siempre me han parecido irónicos estos oportunismos y siempre me ha sorprendido que actos de tanta demagogia o populismo barato —la repatriación de los restos de un escritor que era todo menos populista o demagógico— les parezcan útiles a los políticos. No es Borges el primer escritor despreciado por los gobiernos de su país (y por muchos de los ciudadanos, que nunca le han perdonado ciertas cosas) y luego víctima de desesperados intentos de apropiación, pero lo curioso es que se intenten apropiar de sus restos, no de sus libros. ¿O alguien piensa que la diputada leyó los poemas al Ródano, o esa maravilla de cuento ginebrino que es El otro, antes de salir con su propuesta imbécil? Yo, por mi parte, lo dudo mucho.
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Actualizó: NTC … / gra . Abril 13, 2009, 9:12 AM