martes, 21 de abril de 2009

NTC ... 302. Abril 21, 2009

NTC ... 302. Abril 21, 2009
Roberto Bolaño y la falsa seriedad de un oficio de canallas
Edgar Borges
Rebelión .com cultura.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=84181&titular=roberto-bolaño-y-la-falsa-seriedad-de-un-oficio-de-canallas-

Reprodujo, publica y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.­blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia, Abril 21, 2009. Gracias a la colaboración de Jorge Escobar, varitopabajo@yahoo.es

A los Unicornios imbatibles.

El escritor chileno (y del mundo) Roberto Bolaño dijo que “la escritura es un oficio poblado de canallas y de tontos, que no se dan cuenta de lo efímero que es.” Y, con esta afirmación, el autor (que anda de moda más allá de la vida) desnudó los prejuicios que enlodan el medio literario a nivel internacional.

Son varios los escritores que han opinado sobre el canibalismo que impera en los círculos literarios. Por estos días, cuando recibió el premio de la Crítica por su novela “Saber perder”, el escritor y cineasta español David Trueba afirmó que “espera que el premio sirva para desterrar los prejuicios del mundo de la literatura respecto a alguien que siempre ha tenido un pie en el cine. Los escritores miran por encima del hombro a la gente del cine”. Una nueva piedra (la de Trueba) contra el cristal de esa milenaria torre celestial donde algunos pretenden permanecer de espaldas al mundo.

El ambiente literario opera bajo el formato del clan. Cada vez que un escritor, como Rushdie o Saviano, recibe amenazas de muerte, se habla de los peligros que corre la libertad de expresión. Lo que no se dice es que existen mecanismos silenciosos de condicionamiento y exclusión. No todos los criminales usan balas para asesinar las ideas.

El mundillo literario funciona de acuerdo a las direcciones (totalitarias) de grupos integrados por escritores deseosos de reconocimiento y poder. Y desde la cúpula de la torre se diseña la lista de los elegidos: “Los escritores más grandes son mi amigo y su primo. Después de nosotros el abismo.” Y no me refiero a listas de influencias (elaboración muy lógica si de emitir valoraciones creativas y estéticas se tratara), sino a las listillas caprichosas estructuradas (con mano se seda) para pretender dirigir el gusto del lector. A este clan pertenece buena parte de la poca crítica que tiene espacio público. Y a puerta cerrada se decreta el Olimpo literario.

Se trata de una práctica muy antigua. El escritor (sin generalizar, pues, hay quienes rechazan este carnaval de autogenialidades) cita en público sólo a sus amigos (y a los primos); difícil es que un escritor se levante de su sofá para buscar el libro de un autor desconocido. Cierto es que el virus del amiguismo es una costumbre generalizada en todas las áreas humanas; no obstante, en la literatura adquiere características de secta. Me atrevería a decir que algunos círculos literarios (en pleno siglo XXI) actúan con el fanatismo (y la cerrazón mental) de las religiones más ortodoxas. En otros oficios artísticos, como el cine o la música, existen vías de comunicación más directas entre los creadores y el público.

Las listas siempre son excluyentes; sin embargo, más lo son cuando se repiten por previo acuerdo entre factores interesados. Y con la lista en mano se coordinan eventos, lecturas, premios y demás componentes consagratorios. Y, como si la obra no fuese el motor del asunto, se aplastan propuestas (en el espacio público) de cientos de creadores.

Hace poco me llegó el primer libro de la escritora uruguaya Raquel de León; su título “Unicornios de cristal” me invita a celebrar (desde la acera del canallismo reivindicativo) la larga lista de los creadores del mundo no establecido. Pienso en las novelas poderosas de Pedro Antonio Curto (Asturias); los cuentos periodísticos de Chara Lattuf (Caracas); los relatos políticos de Marcelo Colussi (Buenos Aires); las historias meticulosas de la pareja de Andrea Álvarez (Venezuela) y Ricardo Benítez (Argentina); las opiniones siempre rebeldes de José Saramago (consecuente transeúnte de la acera de enfrente) y en los inmejorables relatos que me contó un individuo anónimo, que una vez encontré paseando por el muro de la playa de San Lorenzo (Gijón); otro día en la Esquina Caliente (Caracas); y otras tantas en un mercado de La Paz o de Bogotá.

Esa lista es universal y diversa. Sus integrantes (como Unicornios imbatibles) andan surcando clasificaciones y torres de cristal. Ellos, con su obra en mano, sólo piensan en llevar su escritura hasta ese lector irreverente que, por convicción, ha renunciado a las leyes de los clanes. Tanto en la calle como en Internet: hay que revolucionar las vías de comunicación entre creadores y pueblo.

Me gusta imaginar que, en los bordes de la listilla de algún clan, Roberto Bolaño escribe un decálogo burlesco sobre la falsa seriedad de un oficio de canallas.


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Lo Que Produce La Tierrita: “Cautiva”, de Clara Rojas.
Autor Yolanda Reyes
eltiempo.com Sección Editorial – opinión, 20 de abril de 2009
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-3406817

Reprodujo Publica y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.­blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia, Abril 21, 2009

Desde los anaqueles de las librerías, los libros parecen decir “léeme” y le hacen guiños al lector. Clara Rojas compite en la mesa de novedades con los tres norteamericanos que, a juzgar por los semáforos, le llevan ventaja en el hit parade. “¡Vendo, vendo!”, gritan los voceadores, como si se tratara de mangos en cosecha, y sus títulos recién pirateados arman otra discutible lista de Los Más Vendidos. “Dime si te piratean y te diré si vendes”, parece ser la máxima editorial en esta semana, cuando recordamos a Shakespeare y a Cervantes y celebramos el Día del Derecho de Autor.

Entre la barahúnda de libros en cosecha, me pregunto dónde están los autores y los editores y qué estamos entendiendo por escribir. “Con frecuencia, escribir es como conducir un camión por la noche sin luces, perderse en medio de la carretera y pasar una década en una zanja”, dice Gay Talese, el célebre reportero de The New York Times y The New Yorker, desde la contracarátula de su Vida de un escritor, una personalísima biografía que comparte mesa con Cautiva, de Clara Rojas. Tomo los dos libros y miro las dos fotos: Gay y Clara. Los dos me sonríen en blanco y negro. Uno es pesado y el otro, liviano. Como los libros también entran por los ojos, no puedo evitar sentirme seducida por la pinta de Talese y por su bondadosa sonrisa de viejo zorro, frente a la expresión de Clara, que no comunica nada. ¿Cuál llevarme, no a la consabida isla desierta, sino a mi mesa de noche? Aunque mi elección ya está hecha, decido darle una oportunidad a Cautiva. No a Clara, que quede claro. No estoy hablando de personas, de vidas ni de cuánto ha sufrido alguien. Estoy hablando de libros.

Tal vez es eso de perderse en la carretera y pasar una década en una zanja, pero no real sino simbólica, luchando con las palabras, lo que eché de menos en Cautiva. Mientras leía el libro con el trasfondo del noticiero –y así se deja leer, sin necesidad de silencio–, iba saltando renglones, también sin remordimiento. Así como me conmovió la vida real de Clara Rojas, su vida escrita me dejó plana. No encontré nada para llorar y nada para reírme, ni nada que no supiera ya por las noticias, y no me refiero a chismes de folletín, sino a esas “noticias del fondo de uno mismo” que se buscan en los libros. Si es tan difícil vivir, es bastante más difícil contar la vida y no basta con decir, por ejemplo, “la selva tiene su color que es un verde de mil tonalidades, y también un olor propio, a vegetación y humedad”. (Eso lo dice cualquiera.) El problema es hacer que el lector se calce esas botas malolientes y se caiga y se hiera los ojos con esos verdes y sienta que las hormigas le pican y que le duelen las entrañas. Y sienta el odio y la incertidumbre y la vida y la muerte, todo mezclado a la vez.

¿Transcribir anécdotas, a modo de querido diario, o reinventar la experiencia y hacer que el lector la viva? Ese trabajo, que también es del editor, especialmente cuando los autores son inexpertos, les faltó a los editores de Cautiva, quienes parecen haberse limitado a salpicar el libro con notas de pie de página, tipo exportación: “Torta de maíz típica colombiana” (arepa). “Actriz y modelo colombiana muy popular nacida en 1956 con una exitosa carrera” (Amparo Grisales). “Ministro de Defensa, puso en marcha la Operación Jaque, el ingenioso operativo…”. En lugar de escribir ese discutible y nada ingenuo glosario que iguala Farc con masato, un buen editor habría podido ayudarle a Clara a tachar frases como “para mí la amistad es un valor esencial. Así me lo inculcaron de niña” y a transformar su impulso espontáneo de autoelogiarse y autocensurarse en un trabajo de exploración de su propia selva y de su propia voz. Claro que para eso, como afirma Talese, se necesita una década y quizás se trate de un plazo impensable para vender los libros que produce nuestro drama, como mangos en cosecha. “He invertido mucho dinero en perder tiempo... he viajado cientos de miles de kilómetros siguiendo pistas que, al final, no me llevan a ninguna parte”, leo a Talese, y coincido con sus estadísticas: más o menos el 80 por ciento del trabajo termina en la basura. Quizás es eso lo que más falta nos está haciendo: un cubo de basura para botar todo lo que sobra y esperar a que el tamiz del tiempo termine filtrando lo poco que basta

lunes, 13 de abril de 2009

El ataque de los nacionalistas literarios. Por: Juan Gabriel Vásquez

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El ataque de los nacionalistas literarios.
Por: Juan Gabriel Vásquez

http://www.elespectador.com/columna135528-el-ataque-de-los-nacionalistas-literarios
El espectador .com Opinión 12 Abr 2009 - 11:07 pm EE impreso Abril 13, 2009. (Enlaces y complementaciones de NTC ...)


NO HABÍA PASADO UNA SEMANA desde que hablé sobre la diputada argentina que intentó, en un ataque de politiquería culturalista, repatriar los restos de Borges*, cuando me enteré de la pelea que hay entre los gobiernos de Moscú y de Kiev por el legado de Nikolai Gogol. (1)

Aunque decir legado es una exageración: rusos y ucranianos no se reclaman como herederos literarios del gran Gogol: simplemente quieren que su gentilicio figure al lado del apellido. Seamos sinceros: por más veces que citen Almas muertas, lo que ucranianos y rusos quieren es que en las enciclopedias del mundo se lea “escritor ruso” o “escritor ucraniano”. Quieren imagen, y un escritor de enciclopedia (por razones que a varios les resultarán, excusablemente, incomprensibles) da imagen. Por eso, por marketing, reclaman los países a sus escritores. Porque tener a un Dickens o a un Hugo da más publicidad, aunque no se vea, que una leyenda imbécil tipo Colombia es pasión.

Y mientras eso pasa, mientras publicistas, políticos y diplomáticos ucranianos se desviven buscando la forma de probar que Gogol era más ucraniano que ruso (los escenarios de Taras Bulba, por ejemplo), y los rusos se burlan del empeño alegando las cosas más evidentes (la lengua rusa en que Gogol escribía), uno piensa que detrás de todo el tema, como es apenas obvio, está el asunto de la nacionalidad. El gobierno ucraniano quiere a Gogol por la misma razón que los irlandeses quieren a Joyce y los argentinos a Borges: por ser de donde eran. O, mejor, porque siendo de donde eran son una gran propaganda del país que los produjo. Se creen que los países realmente producen a sus artistas; que Joyce no sería Joyce sin Irlanda. Uno les dice que Joyce salió de Irlanda poco después de los veinte años, y escribió las novelas que le dieron el lugar que tiene (y a Irlanda la fama que tiene) en todas partes menos en su ciudad: en París, Trieste o Zurich, pero no en Dublín. Y ellos como si lloviera: Joyce es la definición de lo irlandés.

Lo que quiero decir es que, como sigan por estos caminos los nacionalistas de la literatura, los espectadores nos vamos a divertir de lo lindo. Yo quiero estar ahí cuando los rusos, los gringos y los suizos comiencen a pelear por Nabokov: el país donde nació, el país en cuya lengua escribió y el país donde murió. O cuando polacos e ingleses peleen por Conrad: ¿a quién pertenece el autor de Nostromo, novela que ocurre en un ficticio país sudamericano: a Polonia, donde nació el autor, o a Inglaterra, cuya lengua le permitió escribir la historia? Yo he visto a más de un estudiante rompiéndose la cabeza por no encontrar, entre los escritores británicos, a T.S. Eliot, quintaesencia del escritor británico: les faltaba el dato de que el hombre nació en St. Louis, Missouri. Que llamemos a Beckett escritor irlandés, a pesar de que fue en francés que escribió Esperando a Godot, es una victoria diplomática de Irlanda.

Un escritor es su lengua: si la Ucrania de Taras Bulba tiene tanto mérito, no es por la tierra que prestó sus paisajes, sino por la lengua en que esos paisajes quedaron para siempre. Pero las lenguas no son sus países: ni Rusia ni ningún gobierno ruso hizo jamás nada que permitiera a Gogol escribir las frases que escribió. Así con Joyce, con Borges, con Nabokov. Así con todos los que vendrán.
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(1) Algo sobre Gogol
tomado de
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Por: Juan Gabriel Vásquez

HACE UNAS SEMANAS, COMO LO recuerda todo el mundo, una diputada peronista tuvo la curiosa idea de repatriar los restos de Jorge Luis Borges, muerto en Ginebra en 1986, y así cumplir, como decían quienes la apoyaban, con las intenciones que Borges había tenido toda su vida.
Los patriotas literarios sacaron entonces declaraciones en las que Borges explicaba cuánto le gustaba el cementerio de La Recoleta, o recordaba que ahí estaban enterrados sus mayores. Para esta gente, por lo visto, la muerte de Borges en Ginebra fue poco más que un accidente, y aquí llegan entonces a traer a Borges a casa, que es lo que él quería. La iniciativa no prosperó, pero eso no quiere decir que no sea interesante.
Sabemos que Borges escogió morir en Ginebra. No se lo confesó a María Kodama, sin embargo, y fue sólo cuando llevaban unos días en la ciudad que le dijo la verdad: prefería no volver a Buenos Aires, lo sabía desde el comienzo del viaje, no se lo había dicho por miedo de que ella decidiera no viajar con él. El edificio donde murió tiene ahora una placa con un texto de Atlas: “De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad”. Las autoridades suizas le abrieron un espacio en el cementerio de Plainpalais, donde están enterrados Calvino y Jean Piaget. En Argentina, mientras tanto, llamaban a Borges “traidor a la patria”.
Y claro, el problema también es que la iniciativa patriótico-literaria haya venido precisamente del peronismo. Pues fue debido a los desencuentros entre el peronismo y Borges que un periódico pudo publicar, en 1946, un titular como éste: “Jorge Luis Borges, escritor que enorgullece a la Argentina, fue enviado a inspeccionar gallinas”. “Hace pocos días”, declaraba Borges, “me mandaron llamar para comunicarme que había sido trasladado de mi puesto de bibliotecario al de inspector de aves —léase gallináceas— a un mercado de la calle Córdoba. Aduje yo que sabía mucho menos de gallinas y de libros, y que si bien me deleitaba leyendo La serpiente emplumada, de Lawrence, de ello no debe sacarse la conclusión de que sepa de otras plumas o diferenciar la gallina de los huevos de oro de un gallo de riña. Se me respondió que no se trataba de idoneidad sino de una sanción por andarme haciendo el democrático ostentando mi firma en cuanta declaración salía por ahí. Comprendí, entonces, que se trataba de molestarme o de humillarme simplemente”.
No hablo de las posiciones políticas de Borges, se entiende. Pero siempre me han parecido irónicos estos oportunismos y siempre me ha sorprendido que actos de tanta demagogia o populismo barato —la repatriación de los restos de un escritor que era todo menos populista o demagógico— les parezcan útiles a los políticos. No es Borges el primer escritor despreciado por los gobiernos de su país (y por muchos de los ciudadanos, que nunca le han perdonado ciertas cosas) y luego víctima de desesperados intentos de apropiación, pero lo curioso es que se intenten apropiar de sus restos, no de sus libros. ¿O alguien piensa que la diputada leyó los poemas al Ródano, o esa maravilla de cuento ginebrino que es El otro, antes de salir con su propuesta imbécil? Yo, por mi parte, lo dudo mucho.
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Actualizó: NTC … / gra . Abril 13, 2009, 9:12 AM