miércoles, 16 de julio de 2008

El demonio en la proa. Edgard Collazos. Novela

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Actualización Mayo 22, 2008. 7:12 AM
Debate No. 7. Mayo 22, 2008.
Actualización: Oct. 20, 2008. 3:32 PM
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EL DEMONIO EN LA PROA
Juan Manuel Roca
Texto leído en la presentación de la novela en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Octubre 3, 2008*. Agradecemos al poeta Roca habernos proporcionado el texto. Cali, Octubre 20, 2008.
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Aunque no exista una categoría de escritor llamado cimarrón, Edgard Collazos es de esa estirpe. Se enmontó lejos de los grandes centros, en San Andrés y Providencia, y allí escribió durante varias bitácoras su hermosa novela El demonio en la proa.
Libro bello como sugestivo su título, en él Edgar Collazos despliega por partida doble sus conocimientos marinos y su saber histórico para entregarnos una saga original e inquietante.
Teje de manera apretada en su epicentro y en grandes ondas de un lenguaje extraordinario un mundo que hace yunta entre la piratería y la independencia americana, en la que muchas veces se truecan los roles. Agustín Codazzi, el gran geógrafo que aprendió a hacer mapas con un ciego de apellido Zappi, a veces es héroe, a veces parece vestirse para una cena de mascarones con los atavíos de un corsario.
La historia que se deshoja en otras historias como una muñeca rusa, tiene como escenario casi constante el Caribe y como espacio vital una suerte de nave de locos (stultifera navis), más vieja que los tripulantes pero tan nueva a la vez como el continente americano que despierta.
Es uno de esos navíos, una suerte de barco de cetrería con el nombre soberbio y falcónido de El viejo halcón de los mares. Uno de esos armatostes navales del siglo XVI que en verdad eran tugurios flotantes, tan sórdidos y mefíticos que no parecían anclar en los muelles sino ser vomitados por el mar.
Edgar los llama con eficacia “pequeñas babilonias flotantes”.
En sus maderas viaja todo un palimpsesto del olvido: huellas de viejos marinos sin patria, tarascazos de tifones, improntas de talladores florentinos anclados en Quito, la figura tallada de un sátiro que “en desnuda villanía apretaba por las nalgas a una núbil mulata, una amazonita con cara de dolor, que sostenía en su mano derecha una máscara con gestos de risa”. Esta parece ser una metáfora del paganismo supérstite a la conquista de América: muecas de dolor pero capacidad de llamar a la liberación por las vías del gozo y de la risa.
Conmueven estos seres vívidos creados o muchas veces recreados por la virtuosa escritura y observación de Edgar Collazos.
Héroes y villanos bailan una pavana interminable. Hay un hombre que lee versos inspirados en la revolución francesa cada vez que cruza un peligro. Otro que jura que el Quijote se hizo pirata en un Canal de la Mancha y alguno más que se empeña en burlarse de Fernando VII.
La novela te agarra por la solapa del traje y te obliga a seguir de proa a popa con gran maestría. Luego de cerrarlo sigue gualdrapeando en el recuerdo.
Se trata de un gran hervidero humano, muy humano, en medio del despertar de nuestras jóvenes repúblicas y de sus malas andanzas. Así aparece la figura de Aury, ese pirata francés, mitad héroe mitad embustero pero que fue por momentos decisivos leal a Bolívar.
Narra con lujo de detalles el arribo del pirata Orejas Rotas a Cali en 1860, que había llegado por ese anchuroso mar calumniado de Pacífico y allí despliega hondos conocimientos que jamás lastran la narración literaria.
“Cali era sólo una pequeña villa, donde hacía muchos años una acartonada aristocracia local vivía en pugna con la cultura de sus esclavos”, cuenta Collazos y es como si allí hubiera quedado grabada una divisa social inquebrantable. Hoy los corteros de caña siguen siendo negros, siguen siendo esclavos. Podría decirse que El demonio en la proa es también una historia de nuestro mestizaje, de un cruce racial muchas veces realizado por violación.
Allí aparecen los curas lanzando anatemas en la villa caleña por la salacidad sexual entre blancos y negros, con unos ribetes inquisitoriales de un discurso ejercidos desde el púlpito del diablo.
Rutas de navegación, un diario de abordo escrito por Buck Dampier, un extraordinario personaje descendiente del feroz William Dampier, la tesis de que en la independencia americana naufraga la piratería, voces y murmullos de muertos, la historia del padre perdido de un pirata, que como Eneas llevaba a su progenitor a cuestas de la memoria, todo esto acude a la escritura de Collazos, como si fuera el dueño de una ouija, el médium de tantos navegantes que surcan el mar de los olvidos.
Son muchos y diversos y resonantes los avatares a los que nos lleva la prosa aguda, nerviosa y reposadamente lírica de El demonio en la proa.
Se trata de una novela fundacional en un país que tiene dos mares y muy escasas literatura y poesía marinas. Como si tuviéramos sólo una tradición continental, mediterránea y claustrofílica.
No dudo en recomendar con entusiasmo la inmersión en estas 304 páginas de viaje submarino.
· * Otra información y detalles del evento** y de la novela, ver: http://ntcblog.blogspot.com/2008_09_28_archive.html , http://ntc-eventos.blogspot.com/2008/05/blog-post.html y http://literaturaenelvalle.blogspot.com/2008_07_16_archive.html . ** Fotografías del evento: http://picasaweb.google.com/ntcgra/NovelasProyectoPielYElDemonioEnLaProaLanzamientoEnMedellN#
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Intermedio
El demonio en la pro(s)a (3)
Jotamario Arbeláez , jotamarionada@hotmail.com
Recibido por NTC … : 28-jul-2008, 0:15 . Agradecemos el envío al autor

Las novelas de piratas me habían pasado a habitar el museo de lo inútil. Pero con la proyección de las dos versiones de Piratas del Caribe, de Verbinski, mi héroe dejó de ser James Dean, el de Al este del paraíso, para convertirse en Johnny Deep, pirata de cartulina de un Caribe donde Colón llegó a intuir y a testimoniar que había llegado a las lindes del paraíso.

También con la aparición de Ursúa -la ciclópea fabulación de William Ospina, que va para largo-, retorna a primer plano la novela histórica de nuestras gestas; con un rigor estilístico y una gran dosis lírica amén de un riguroso basamento documental que no le resta espacio al aporte creativo del novísimo cronista. Se sabe que tales conquistadores pasaron entre tal y tal fecha de tal a tal sitio, pero no se sabe por cuáles huecos se fueron ni cuantos caballos se tuvieron que comer. William empuja a sus guerreros por entre la sal de sus desazones, cámara en mano para no perderse el feraz paisaje, de una belleza tal que hace decir a uno de mis urticantes amigos que se ve mucha mariposa y poca nigua, que fue el más encarnizado enemigo del español.

Édgard Collazos, compañero de colegio de William en el Fray Damián González de Cali, da el bote de la conquista a la época de la independencia, y allí se sitúa con sus piratas: Aristides (el práctico), Botavara, Tinieblas, Buck, Edmundo, quienes luego de sus peripecias marinas terminan como piratas de a pie, y participan en toda esa rebatiña que fueron las gestas independentistas, desde el observatorio de Cali, del Valle y del Pacífico.

Ospina nos ha reabierto una esclusa histórica con sus fieros conquistadores, y su condiscípulo Édgard la asume con su banda de feroces piratas que, por esos prodigios de la literatura en tierras de infieles, terminan siendo interpretados por un lector como yo, tan curado de espantos como espanto de curas, como unos tipejos la mar de tiernos, a despecho de sus bravuconadas espadachinas y sus encoñamientos románticos. Por algo el autor enterró 30 años en la isla del sol de Morgan, de la que hasta alcalde fue. A diferencia de William, Collazos apela al carnaval esperpéntico, a la épica mojiganga, a la danza ritual contra el barro con el talón. En tal barahúnda, donde el demonio rompe olas como mascarón de proa, es lógico que también se cuele en la prosa, para contaminarle el tufillo de su irreverencia procaz, ventear hasta el rojo vivo las extravagancias carnales y hasta permitirse uno que otro fuetazo gramatical para mayor excentricidad del relato.

La novela es desmesurada. Parece un viaje de yagé, donde el viajante se despoja, a través de una diarrea salvadora, de todas sus toxinas para entrar en el reino de lo inefable. Édgard se envuelve en sus recuerdos de infancia, como esa frase de los negros a su papá: “Si le digo la verdad, le miento”. Es una novela en la que todo cabe, como en las nalgas encantadas de tantas hembras sin nombre; donde se narra desde la puesta del pie profano en el barro de un continente sagrado al que a sangre y fuego había que someter, hasta ese momento profetizado por una pitonisa de circo de que, a no ser que el cielo se desfondara y las estrellas cayeran, nunca llegaría a sucederse la liberación de América. La novela termina precisamente en el momento en que los patriotas vencen en el Pantano de Vargas y en Boyacá. Mientras la banda de piratas, ahíta de peripecias, en Cartagena, comienza a notar unas nefastas señales en el firmamento. Así, es posible que Colombia y Latinoamérica no hayan sobrevivido a su independencia.
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El demonio en la proa. Novela. Édgard Collazos. Hombre Nuevo Editores. Medellín. 2008
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El demonio en la pro(s)a (2)

Jotamario Arbeláez . Intermedio
Agradecemos al autor en envío (Jul. 21, 2008) de su texto que se publicará mañana el EL PAIS de Cali.

Cali necesitaba de una obra que la envolviera en la desmesura de su origen, que se remonta a ese cronista que cita García Márquez en su discurso de recepción del Nobel, La soledad de América Latina, “donde ya se vislumbran los gérmenes de la novela de hoy”, que poco a poco han ido abandonando novelistas actuales, más dados a la aventura traqueta que al tableteo de las palabras en trance de innovación.
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Dijo Gabo: “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en su primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica maravillosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, uno pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen”.
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Pues estas descripciones de Pigafetta -que no serían infundios ni alucinaciones con opio, sino resultantes de lo que vio con los ojos deslumbrados por la fantasía del descubrimiento-, reverberan en el alud de sucederes de El demonio en la proa, testimonio providencial de “el vagabundo de las islas”, como llamaba a Édgard Collazos ese otro brujo que fue Simón González, el gobernador de las islas, e hijo de Fernando González, el abuelo del nadaísmo.
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Todos sabemos que existe un lugar tan paradisíaco que ni siquiera es del mundo -aunque pertenece a Colombia, y a pesar de ser su territorio más alejado es el más sagrado-, y es la isla de Providencia. En ese sitio mi profeta Gonzalo Arango encontró a Dios y encontró el amor y por consiguiente abandonó el nadaísmo a su suerte -suerte que tuve la suerte de merecer-, y escribió un libro con ese nombre, con la sincera intención de salvar el mundo. Pero el mundo no se deja salvar de nadie y mucho menos de los salvadores, así sean ateos o creyentes.
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Viajé a esa isla donde sobre la roca esculpió el viento marino la cabeza de Morgan, a la vez su invasor y su protector, no en busca de la divinidad ni de la pasión amorosa, que han andado siempre conmigo, sino a saludar a mi amigo René Rebetez, adelantado del mar de la tranquilidad en la tierra, quien acababa de liar sus bártulos hacia el cementerio marino. Tenía noticia de que había un hotel para “iniciados” -en disciplinas esotéricas o con licor de mandrágoras-, llamado Deep Bleu, que desde el mar era una especie de navío gigantesco anclado en los acantilados. En sus cabañas se sentía la respiración de los piratas que asolaron el Caribe. El regente del lugar no parecía propiamente un pirata, pues ni ostentaba parche en el ojo, pata de palo ni loro en el hombro, pero daba la impresión de que estaba saturado de ellos, pues no salía de su cabaña ni por el oro de mis propinas. Y no sólo eso sino que no me cobraba, porque en verdad el paraíso no tiene tarifa para los bienaventurados. Édgard Collazos, caleño en el exilio, desde hacía 30 años había asumido el cielo por cárcel. Lo veía por la ventana, cuando bajaba en busca de mi ración de ostrones, escrutando mapas, consultando astrolabios y viejos manuscritos, y escribiendo quién sabe qué. Muchos años después me daría cuenta que era la novela de piratas que hoy estoy presentando.
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El demonio en la proa. Novela. Édgard Collazos. Hombre Nuevo Editores. Medellín. 2008
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"Cali, luego del reclamo (B) en algo puesto en razón de Julio César Londoño (B),
de que la actual literatura en el territorio era irrelevante,
necesitaba de una obra que la envolviera en la desmesura de su origen."
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El demonio en la pro(s)a (1) (A)
Por: Jotamario Arbeláez. Intermedio.
EL PAÍS, Cali, Julio 15 de 2008 http://www.elpais.com.co/historico/jul152008/OPN/opi2.html
Reprodujo y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com

En mi infancia, ese pozo de la dicha del que no salgo sino a tomar algo de aire, comencé por leer aventuras de mares, mejor dicho, a leérselas a mi abuela, que no sabía leer ni escribir, pero sí sumar y restar y multiplicar, y me pagaba un centavo por página. El primero de la serie fue La isla del tesoro, de Stevenson, que en el penúltimo Hay Festival, en Cartagena de Indias, fue catalogado por la mayoría de los escritores mundiales como el más bello libro de la literatura, haciendo tal vez eco de Borges.
Debí leerle también 20.000 leguas de cháchara submarina -porque no le creíamos ni cinco a Verne sus predicciones hacia el futuro desde el Nautilus, empezando por el incierto submarino-, lo que me dejó la bolsa repleta. No pudimos con Los Lusiadas, de Camoens, tal vez porque la edición era en versos tan fluidos que me hacían orinar en la cama. Una vez esquilada la vieja, devoré La odisea, de Homero, y después la de Kazantzakis, y Moby Dick, de Melville, trío maravilla que por un tiempo me puso los ojos azules. Hago este recuento de mis lecturas, no para chicanear como culto, sino para que no se piense que soy un lego en el tema. A las que agrego toda la saga de Maqroll el Gaviero y aprovecho para advertir que tengo ahorradas para la temporada invernal las completas de su maestro, Joseph Conrad.

El demonio en la proa, la novela pirática de Edgard Collazos (A), es todo un tsunami, tiembla desde que amanece hasta que la luz se despide, por causa de las deudas de las almas en pena de los personajes perseguidos por las deidades de los lugares o sus atroces remordimientos. Acabo de terminarla y debo decir que desde hacía mucho no había dado campo en mi espíritu a creación tan descomunal. Creo que con esta novela, la reciente de Rodrigo Parra Sandoval, El museo de lo inútil (B), y La rueda de Chicago (B) , de Armando Romero, el Valle paga la deuda postergada a la gran literatura nacional con pretensiones mundiales. He disfrutado del privilegio de comentar las tres con similar entusiasmo.
http://www.elpais.com.co/historico/may222007/OPN/opi6.html

Estamos ante una gran novela histórica americana, desbordada por los mitos y la mitomanía del novelista, por algo con licencia para fabular. Sólo que, con el tiempo, lo contado se va volviendo increíble, sin que por ello sea mentiroso, a medida que los comedores de chancaca y de chancarina se van volviendo más racionales y más incrédulos.

Es una novela negra de blancos, indios, mulatos, zambos y mestizos, de curas y curanderos, de realistas y patriotas alborotados, de señoras y prostitutas. Y de la horda pirática, cuya misión era sólo robarse un barco y quedó atrapada en la contienda independentista. Saltan a granel las anécdotas, como la que cuenta del origen del voceo. “Debe ser porque hace años, cuando una persona se refería a otra de más alto rango, le decía vos –le replicaba el héroe Cabal y le seguía-, el rey al referirse a Dios le decía: “A vos, Señor” y la reina al rey y a Dios: “A vos, Señor” y los negros, como teníamos a todos por encima, tuvimos siempre que utilizar el vos”.


Cali, luego del reclamo (B) en algo puesto en razón de Julio César Londoño (B), de que la actual literatura en el territorio era irrelevante, necesitaba de una obra que la envolviera en la desmesura de su origen.
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(1) El demonio en la proa. Novela. Edgard Collazos. Hombre Nuevo Editores. Medellín. 2008
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· (A) NoTiCas de NTC … :
*** Edgard Collazos Córdoba nació en Cali y, aunque estudió Filosofía en la Universidad del Valle, la mitad de su vida ha transcurrido en las islas del Caribe. En Old Providence, donde tiene su casa, fue por años amigo íntimo Simón González quien lo bautizó como "El Vagabundo de las Islas". Allí, por muchos años, se desempeñó como profesor de literatura de la juventud isleña en el único colegio de bachillerato que tiene Old Providence. Es escritor de cuentos que ocurren en el mar, y en la actualidad prepara una novela histórica que sucede en el siglo XV, época del descubrimiento de las ciudades indígenas y de la fundación de los primeros asentamientos europeos en tierras americanas. El demonio en la proa es su primera novela. (Texto en la solapa del libro, tomado de:
http://ntcblog.blogspot.com/2008_04_13_archive.html )
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*** Registros del lanzamiento del libro en la FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO 2008 el 2 de Mayo, 2008, en
http://ntc-eventos.blogspot.com/2008/05/blog-post.html Audio de la presentación por W. Ospina y lectura de un fragmento por el autor.
http://www.lalibreriadelau.com/catalog/product_info.php/products_id/12668?sid=985131aff65000fd2772a44514ca1211
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Carátula del libro
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El demonio en la proa - lalibreriadelaU – El portal de las ...
http://www.lalibreriadelau.com/catalog/product_info.php/products_id/12668?sid=985131aff65000fd2772a44514ca1211 (Allí, en www.lalibreríadelau.com adquirible por internet)
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(B) NoTiCas de NTC … :
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LITERATURA EN TONO MENOR, la del Valle del Cauca.
Repaso a las principales firmas de las letras vallecaucanas. La nuestra es una literatura en tono menor, muy discreta si se compara con la de Antioquia o la de Bogotá. Tal vez no estén todos los que son pero sí son todos los que están.
Por Julio César Londoño, Especial para Gaceta (EL PAIS, Julio 1 de 2007) . http://literaturaenelvalle.blogspot.com/2007_08_08_archive.html
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Julio César Londoño , http://jucelon-ntc-biografia.blogspot.com/ y http://tades-renata-jcl-cali.blogspot.com/
*** Sobre “EL MUSEO DE LO INÚTIL” : Conferencia “NOVELA” de Rodrigo Parra Sandoval, texto y audio, en:
http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/11/maestros-del-genero-confrencias.html en donde se refiere a su libro.
*** Sobre “La rueda de Chicago”
http://www.villegaseditores.com/libro.html?isbn=9588160820 y Boletin Cultural y Bibliografico No.. - Biblioteca Luis Ángel Arango. , http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boletin68/boculybi39.htm

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